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La noche del 10 de diciembre de 2010, ya de regreso en el Gran Hotel, terminada la gala en la Sala de Conciertos de Estocolmo y el baile en el Palacio Municipal, Mario Vargas Llosa se desprende de su abrigo, sonríe al ver a su nieta jugar con su medalla dorada y se despide para descansar. Después de tantos discursos y declaraciones a la prensa convocada por el Premio Nobel, entre su familia y amigos que lo acompañan comenta con una sencillez de quien se ha divertido como un niño: “Salió bonito, ¿no?”.