

El inicio del año escolar no siempre es fácil para todos los estudiantes. En Perú, muchos niños y adolescentes enfrentan ansiedad, estrés o resistencia al volver a clases tras las vacaciones. Esta transición, que implica retomar rutinas, horarios y exigencias académicas, puede convertirse en una fuente de malestar emocional si no se detecta a tiempo.
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Según Javier Rojas Vásquez, coordinador de Bienestar Educativo del Colegio de La Inmaculada, es importante que padres y docentes reconozcan las señales que indican que un estudiante está teniendo dificultades de adaptación.
“Algunos signos son muy visibles: evitar hablar del colegio, quejarse de malestares físicos como dolores de cabeza o mostrar rechazo hacia las actividades escolares. Si estos síntomas persisten, es fundamental que las familias se comuniquen con el colegio para abordar el problema de forma conjunta”, explica.
El especialista subraya que la adaptación escolar es, ante todo, un proceso emocional. Cuando un niño se siente seguro y conectado con su entorno educativo, su aprendizaje mejora.
Por el contrario, sentimientos de ansiedad o temor pueden afectar su participación y desempeño. Señales como el aislamiento o la falta de interés por las tareas escolares pueden indicar que algo no va bien. Establecer una comunicación constante con los hijos ayuda a entender mejor lo que están sintiendo y a intervenir a tiempo.

¿Se trata de una dificultad emocional o de aprendizaje?
No todas las señales de desajuste escolar tienen un origen emocional. En algunos casos, pueden deberse a factores como dificultades de aprendizaje o problemas sensoriales no diagnosticados.
“Siempre es recomendable descartar causas físicas, como problemas visuales o auditivos, antes de atribuir el bajo rendimiento a una cuestión emocional o conductual. La falta de atención, por ejemplo, puede deberse a estrés o ser un síntoma de un trastorno neurológico como el TDAH”, advierte Rojas Vásquez.
En estos casos, una estrategia útil puede ser la implementación de tiempos de relajación dirigidos. Esta práctica, según la experiencia del especialista, ha mostrado buenos resultados en niños con déficit de atención. Consiste en sesiones breves de entre 1 y 5 minutos que progresivamente se extienden hasta 10 o 15 minutos. Su objetivo es enseñar al sistema nervioso a incorporar pausas de descanso, lo cual ayuda a disminuir el estrés y mejorar la concentración.
El rol de los adultos: apoyo desde casa y la escuela
Para lograr una adaptación exitosa, es clave que padres y docentes trabajen de forma articulada. Desde el hogar, los adultos pueden generar un entorno de confianza y seguridad. Rojas Vásquez recomienda que se transmitan mensajes positivos sobre el regreso al colegio, enfocándose en aspectos como el reencuentro con los amigos, las actividades grupales y las nuevas oportunidades de aprendizaje. Frases como “te vas a reencontrar con tus compañeros” o “tu colegio es un lugar importante para nosotros” pueden marcar una gran diferencia en la percepción del niño.
Desde la escuela, también es fundamental generar espacios de contención emocional. En el Colegio de La Inmaculada, por ejemplo, las primeras semanas del año se dedican a la integración y la convivencia antes de centrarse en los contenidos académicos. Además, los horarios se amplían de manera progresiva para evitar el rechazo a jornadas prolongadas. Actividades grupales, dinámicas lúdicas y encuentros con los tutores permiten observar cómo se sienten los estudiantes y detectar posibles dificultades en su proceso de adaptación.
La clave está en mirar más allá del rendimiento académico y atender también las necesidades emocionales y sociales de los niños. Un acompañamiento cercano, desde la casa y la escuela, puede marcar la diferencia en cómo cada estudiante inicia su año escolar. Identificar a tiempo las señales de alerta y responder con estrategias adecuadas es fundamental para que el regreso a clases sea una experiencia positiva y enriquecedora.
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